El mono estaba harto del león, todo le molestaba: Su paso señorial y pausado, su melena de rock-star, el temor y respeto que inspiraba en los demás cuando llegaba al aguaje, sus largas siestas, sus terroríficos gruñidos.
¿Cómo era posible que el león fuera el rey de la selva? ¿Acaso siempre había sido así? ¿No era tiempo de un cambio? ¿Por qué soportar a un león como jerarca si los monos eran más inteligentes?
Fue así como el mono empezó su campaña política. Habló con las cebras, con las jirafas, con los elefantes, con las gacelas. A todos les expuso su deseo de convertirse en el nuevo rey. Sin embargo, ninguno mostraban gran interés.
Cuando todo parecía perdido una hiena se le acercó al mono. No era mala idea de destronar al león. Ellas también estaban hartas de sus desplantes. Si juntaban su fuerza y la inteligencia del mono, seguramente podrían derrocarlo.
Al poco tiempo, el león mandó llamar al mono.
-Me he enterado que quieres ser el nuevo rey. ¿Es así?
El mono, sorprendido y cauteloso, suavizó un poco sus argumentos, pero aceptó lo que el león ya sabía.
-No hay ningún problema, dijo el león. El puesto es tuyo. A partir de mañana tú serás el nuevo rey.
El mono no podía creerlo. Esa noche celebró con las hienas y al día siguiente anunció a todos que él era el nuevo mandamás.
Impuso una nueva regla: De ahora en delante, todos los animales de la selva, todos los días, tendrían que pasar a darle el debido besamanos. Todos tendrían que venerarlo, y así lo hicieron, cada mañana desfilaban frente al mono, le rendían pleitesía y escuchaban sus eternas y aburridas peroratas.
Sin embargo, el mono notó que el león nunca acudía y eso le molestó. De inmediato envió a una comitiva de hienas para reclamarle al león su descortesía.
Al día siguiente el león se apersonó en el besamanos. Frente a todos, el mono lo reprimió. El león, paciente, escuchó el regaño. Una vez que el mono había agotado todos sus reclamos, el león se acercó tranquilamente y de un zarpazo lo degolló.
El silencio en la selva era absoluto. El león, tan pausado como siempre, se fue a dormir una buena siesta y el resto de los animales se dispersaron a comer, como siempre lo hacían.
Esta fábula, con otras palabras, quizá con otros personajes, es de alguien más. No es mía. Pero me he cansado de googlearla sin éxito. Me ha dado vueltas y vueltas en las últimas semanas. Estoy seguro que alguien me ayudará a encontrar a su verdadero autor.
Santiago Roel R.